28 July 2010

Dr. Fausto I

 Es invierno, quizás el más frío de la última década. En el bar Quantum hay más alboroto del habitual. Un hombre de edad avanzada observa al cantinero a través de los gruesos cristales de sus gafas y con un gesto mal disimulado de enfado le indica que se acerque. Con fuerte acento polaco, su voz como graznido se deja escuchar. “Un quantum-loop sin hielo —dice al tiempo que intenta cubrir su rostro— y tenga la amabilidad de prepararlo en mi presencia”. El cantinero no puede evitar su sorpresa, el rostro del anciano le resulta bastante familiar. Además, esa voz polaca y nasal solo puede pertenecer a una persona:

—¡Dr. Fausto, que gusto me da saludarlo, hace ya mucho tiempo que no nos visita!
—Calla muchacho, no seas inoportuno, trae pronto mi bebida que he de marcharme enseguida.

Unos instantes después el anciano contempla ante sí la imagen borrosa de un vaso de cristal. Cualquiera diría que el vaso está en varios puntos de la mesa al mismo tiempo. Incluso, algunas veces parece levitar sobre la mesa y otras más hundirse en ella. Sin dudarlo, el Dr. Fausto extiende su mano hacia el centro de la mesa y la cierra para asir un vaso que, justo un instante antes, no estaba allí. Con celeridad lleva el vaso a sus labios y consume la bebida sin respirar. Ahora es el anciano quien se torna borroso, su imagen parece estar de camino hacia la puerta y de vuelta otra vez, sentándose una y otra vez frente a la mesa que ocupaba mientras le servían su bebida. Finalmente, la imagen del Dr. Fausto se estabiliza y se le observa sentado, dando la espalda a la mesa. Cuando gira para volver a colocarse en su antigua posición ya es diferente, su otrora encanecido y ralo cabello se ha tornado castaño y abundante, no hay arrugas en su rostro, y los dientes, antes chuecos e incompletos, lucen completos y perfectamente alineados. El Dr. Fausto ha rejuvenecido como consecuencia del quantum-loop que ingirió. Se levanta, busca entre sus bolsillos y deja algunos billetes sobre la mesa. Toma su abrigo y se dirige a la salida. “La noche es larga”, piensa el joven Fausto mientras una sonrisa ilumina su rostro al momento de quitarse las gruesas y toscas gafas.

***
Al salir del bar Quantum, el Dr. Fausto se dirige a su hotel. Las calles empedradas le llevan por una serie de antros que se anuncian con luces de neón y cuyos letreros se distinguen perfectamente a la distancia pero, una vez cerca, no son más que una maraña de puntos luminosos entretejiéndose unos con otros mientras salen disparados de una serie de tubos.

El Dr. Fausto se introduce al portal del hotel Psi cuadrada y justo frente al ascensor se interrumpe la energía eléctrica. Emitiendo una maldición, apenas ocultada por el ruido de los camareros que corren a encender la planta eléctrica de reserva, inicia su ascenso por las escaleras. Casi sin aliento se detiene en el tercer nivel. Subir de nivel en el mundo cuántico tiene un alto precio energético y el Dr. Fausto lo sabe bien. Así que mientras toma un descanso distingue entre la penumbra algo que parece moverse. Con precaución se acerca un poco más para notar la silueta de un gato que se despereza estirándose a lo largo de sus cuatro patas mientras su lomo se arquea con la cola erizada. Instintivamente, el Dr. Fausto dirige su mirada al suelo, debajo del gato perezoso, y observa la silueta de otro gato que, idéntico al primero y sin movimiento alguno, tiene el cuerpo desmadejado, como si estuviera muerto. “Andrómeda, ¿eres tu? --pregunta con preocupación-- diablo de gato, si Erwin no te hubiera arrojado a este mundo no tendría yo esta clase de sobresaltos”. Después de hurgar en sus bolsillos, el Dr. Fausto extiende la mano y enciende una luz, las siluetas de los dos gatos parecen temblar, revolviéndose una con otra, oscilando entre la figura del gato perezoso y la del gato muerto. Al final, se escucha un maullido y el Dr. Fausto siente que Andrómeda se le restriega entre los pies. “Vaya que eres agradecido, esta vez volviste a tener suerte y te he pillado vivo. Ya veremos lo que ocurre la próxima vez. Ahora lárgate y déjame pasar.”

Después de abrir la puerta de su habitación, el Dr. Fausto se sirve una bebida energizante y revisa la correspondencia que el personal del hotel ha dejado sobre la mesita de centro. Una carta amarillenta y avejentada llama su atención. Con cuidado rompe el sello de cera y empieza a leer “Hay un nuevo prisionero en el castillo de Penning. Esta vez se trata de un amigo mutuo. Sugiero vernos esta noche en el salón principal de la escuela de Copenhagen. Dorian”. La preocupación se dibuja en el rostro del Dr. Fausto, revisa una y otra vez la misiva con la esperanza de haber leído mal. Sin embargo, la letra de Dorian le resulta inconfundible y el mensaje bastante claro. Verifica la hora en su reloj y sus labios escupen una nueva maldición “!Oh demonios! Tendré que apurar el paso”.

Publicado en "Computación cuántica y geometría"
Conversus 78 (marzo 2009) 12-15;
"Un gato en la oscuridad (Parte I)"
Conversus 79 (abril-mayo 2009) 12-15

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